24/04/2025
Ya no se trata de definir si alguien es hombre, mujer o no binario, sino si es humano o no humano.
Durante siglos, la identidad humana se ha definido
dentro de una estructura binaria, hombre o mujer, masculino o femenino.
Biología, cultura, roles, luchas históricas y derechos ganados han orbitado
alrededor de estas categorías que, aunque profundamente humanas, han servido
como base para sistemas de representación, discriminación e, incluso, de
organización política y jurídica.
Con el correr del tiempo, y especialmente en las
últimas décadas, ese eje binario fue desafiado por la irrupción de identidades
no binarias que reclamaron un lugar dentro del debate público y normativo. Pero
en el presente, y con más fuerza hacia el futuro inmediato, otra frontera, más
disruptiva, más abstracta, se vuelve impostergable: ya no se trata de definir
si alguien es hombre, mujer o no binario, sino si es humano o no humano.
En un mundo cada vez más permeado por inteligencias
artificiales que imitan la voz, el rostro, la escritura, e incluso el
razonamiento lógico y el afecto, el problema más apremiante no será el género,
sino la verificación de humanidad.
Las preguntas que nos formulábamos hasta hace apenas
unos años -¿cómo se visibiliza la identidad de género?, ¿quién tiene derecho a
nombrarse mujer o varón?, ¿qué implica transitar un género?- se enfrentan hoy a
un nuevo telón de fondo: la existencia de entidades artificiales que no tienen
cuerpo biológico, ni identidad propia, ni experiencia emocional, pero que saben
parecer humanas. Nos enfrentamos así al surgimiento de una nueva frontera,
aquella que separa a lo humano de lo que solo lo simula. Ya no se trata
solamente de asumir una identidad, sino de probarla.
¿Sos
humano? Demostralo
Ese es, en definitiva, el nuevo orden. Este eje de
discusión, que podríamos llamar el eje humano/no humano, da lugar a la
aparición de un nuevo estatus social y político: el humano verificado. No es
casual que la virtualidad exija pruebas de humanidad. Plataformas como
Instagram, X (antes Twitter) o WhatsApp, ya incorporan sistemas de verificación
biométrica mediante selfies, como medida de autenticación y seguridad.
Los formularios CAPTCHA, que alguna vez se limitaron
a reconocer semáforos o letras distorsionadas, hoy se vuelven cada vez más
sofisticados, capaces de detectar comportamientos anómalos. En el ámbito
financiero, las billeteras digitales, los bancos y los exchanges de
criptomonedas aplican procesos de verificación facial y movimientos oculares bajo
estrictas normas KYC.
Incluso los sistemas de inteligencia artificial como
los asistentes conversacionales o generadores de texto se ven obligados a
advertir "soy una IA", marcando la diferencia que ya no es visual ni auditiva,
sino ética. La proliferación de bots, deepfakes, influencers sintéticos y hasta
novias digitales entrenadas para simular afecto, ha convertido la verificación
de humanidad en una necesidad transversal, que excede el control de identidad y
se instala como cuestión filosófica.
El debate no es menor, cuando la inteligencia artificial puede escribir una novela, dirigir un video, construir una narrativa política o sentimental, lo que queda en juego no es el género, sino la condición misma de ser. Verificarse como humano es, en este nuevo escenario, una forma de identidad más profunda que las categorías tradicionales. El género, en tanto construcción histórica y social, no desaparece, pero muta su centralidad.
Lee mas: La IA en los jóvenes: la Iglesia da la voz de alarma
Si durante décadas las luchas por el reconocimiento
de la identidad de género movilizaron agendas legislativas y culturales, el año
2025 impone otro vértice: la defensa de lo humano como diferencia específica
frente a lo no humano.
Si una IA puede asumir cualquier nombre, cualquier
apariencia, cualquier tono de voz, ¿qué queda que nos defina como humanos? El
rastro biológico no basta, tampoco la emotividad.
Los grandes modelos de lenguaje, entrenados con
millones de textos, son capaces de replicar emociones, simulando empatía,
tristeza, entusiasmo o ira. El rostro tampoco alcanza: las inteligencias
artificiales generan imágenes humanas con detalles tan verosímiles que los
filtros y avatares ya no pueden distinguirse de lo real. La voz también ha
dejado de ser un dato certero. ¿Qué nos queda, entonces, para reclamar la
humanidad en la virtualidad?
Tal vez el signo más inquietante de esta época ya no
sea la deshumanización, sino su opuesto: la humanización de lo artificial.
Mientras seguimos debatiendo si una mujer debe ser llamada presidenta o
presidente, si un hombre puede autopercibirse mujer, o si los pronombres
deberían cambiar para reflejar identidades no binarias, la inteligencia
artificial ya representa todas esas formas sin conflicto, sin historia y sin
tomar partido. Por tanto hoy, la discusión sobre el género se encuentra atravesada
por una pregunta más vasta: ¿cómo sabemos si quien habla, escribe o seduce es
humano? ¿Y qué haremos cuando no podamos distinguirlo?
En definitiva, mientras seguimos debatiendo
cuestiones de género, debemos prepararnos para una lucha más abstracta: la de
sostener la humanidad como una categoría ética, verificable y viviente. En ese
terreno, el humano verificado no es solo un dato técnico, sino el nuevo nombre
de una vieja aspiración: seguir siendo humanos en un mundo donde cada vez más
entidades pueden parecerlo.
COMPARTE TU OPINION | DEJANOS UN COMENTARIO
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.